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Turismo con propósito: hacia destinos mexicanos que prosperan sin sacrificar su entorno

El desarrollo turístico se reinventa bajo una consigna clara: crecer, sí, pero sólo si la prosperidad económica avanza de la mano de la justicia ambiental y social.

México

4 de julio de 2025

Redacción

Durante buena parte del siglo XX el turismo mexicano se midió en habitaciones construidas y visitantes internacionales. Aquella lógica de expansión acelerada terminó por mostrar sus límites: degradación de ecosistemas, tensiones con comunidades locales y una huella hídrica insostenible. Hoy, la ecuación cambió. Invertir en un destino significa, primero, garantizar que naturaleza y comunidad no paguen la factura del progreso.


Esa mutación obedece a la confluencia de tres dinamizadores que —aunque distintos— se retroalimentan y han elevado el estándar mínimo para cualquier proyecto turístico:


I. Comunidad protagonista: la sociedad ya no concede “licencias sociales” a ciegas

Asambleas vecinales, colectivos ambientalistas y organizaciones civiles han pasado de espectadores a contralores. Preguntan, documentan y, cuando es necesario, litigan. Sus demandas son específicas: mitigación de impactos, empleos dignos y beneficios tangibles para el territorio. Un proyecto que no dialogue ni rinda cuentas queda, de facto, sin legitimidad para operar.


II. Instituciones que aprietan el estándar

Gobiernos federales, estatales y municipales han respondido —en parte por la presión social— con marcos regulatorios más rigurosos: estudios de impacto ambiental profundos, ordenamiento territorial estricto y requisitos de participación pública. La planeación urbana deja de ser un trámite y se convierte en filtro de viabilidad a largo plazo.


III. Capital consciente: el mercado premia la sostenibilidad

Fondos de pensiones, banca de desarrollo y capital extranjero integran criterios ESG como condición de entrada. El cálculo es pragmático: proyectos socialmente aceptados y resilientes al cambio climático presentan menor riesgo reputacional y operativo. Esto impulsa diseños bioclimáticos, eficiencia energética, protección de la biodiversidad y alianzas con proveedores locales.


Una oportunidad sin precedentes

Si estos tres vectores se alinean, México podrá consolidarse como referente latinoamericano en turismo responsable. La fórmula es simple sólo en apariencia:


1. Coparticipación temprana con la comunidad.




2. Cumplimiento normativo que vaya más allá del mínimo legal.




3. Estrategias financieras que premien la permanencia y no la ganancia rápida.




El país todavía conserva ecosistemas icónicos y una vasta riqueza cultural. Convertirlos en motores de prosperidad sostenible exige que la inversión privada abrace, desde el diseño mismo, la corresponsabilidad ambiental y social. Quien comprenda esta nueva lógica no sólo obtendrá rentabilidad: contribuirá a destinos que perduren y sigan seduciendo al viajero del siglo XXI, cada vez más exigente y consciente de su huella.

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